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lunes, mayo 12, 2008

257 - Volver al Olvido - Capitulo 1 Parte 1

Esta entrada es larga, es la primera parte de un cuento que escribí el año pasado. Está basado en las historias de H.P. Lovecraft, es algo que tenía tiempo queriendo publicar, pero lo había olvidado. Por ahora sólo te dejaré leer la primera parte, el resto... quizás lo ponga algún día, pero tal vez olvide hacerlo (otra vez). Disfrútalo!



Capítulo I : Era Dinastía Olvidada



*-.Primera Parte.-*


Era ya de noche, no recuerdo cómo es que olvidé poner el candado de la reja del frente antes de que empezara a llover, pero no me quedaba de otra: o iba a ponerlo o por la mañana tendría que salir a buscar a Bruno, mi travieso perro. Estaba oscuro y el olor a tierra mojada me recordó aquellos días en los que los chicos y yo nos escabullíamos de la seguridad de nuestros hogares para jugar bajo la lluvia, siempre era una aventura distinta. Salí por la puerta lateral para evitar abrir el pórtico; atravesé el pequeño jardín semi-cubierto de las gotas que caían tupidas por un improvisado pasillo de bougambilias y techo de parra hasta llegar a la reja donde vi que, efectivamente, había olvidado cerrarla, al fondo pude ver los brillantes ojos de Bruno y Olivia viéndome con ese extraño fulgor morado o rojizo que tienen, o tenían, sus cánidos ojos. Cómo iba a sospechar que no eran mis perros quienes me vieron en ese momento. Una vez que puse el seguro no me quedó más que volver por el mismo pasillo, pero tuve la inquietud de revisar la entrada, sólo por si acaso y sólo siguiendo esa agobiante sensación de haber olvidado algo más.

Al volver a la casa por la entrada lateral ya estaba más que empapado, no me gusta usar paraguas ya que la lluvia es relajante, aquella noche fue más fría que de costumbre, como preludio a los terribles eventos que sin saberlo había provocado al olvidar encerrar a los perros pero en ese momento no pensé en algo que no fuera la taza de chocolate que dejé lista en mi mesita de lectura, al lado del libro que esa mañana compré Las penas del ciervo, una obra inconclusa de Don B. Suli, un extravagante y veterano autor que conocí en una odiosa feria del libro, pero eso no es lo importante. Sólo quería secarme pronto para poder comenzar mi lectura nocturna. Cualquier otro día me habría sentado a ver la televisión, pero no esa noche puesto que no tenía ganas de enterarme de las noticias, ni de ver esa estúpida teleserie y tampoco quería estar sentado viendo un documental británico, mi deseo era leer para disfrutar la lluvia... y el chocolate de agua, porque el de leche sabe feo cuando llueve, tal vez se deba al exceso de humedad o a que el tamborilear de las gotas en el techo interrumpe los sabores lácteos, pero eso todavía no lo entiendo ni puedo explicarlo.

Subí a mi recámara y al desnudarme quise bañarme, no me gusta quedarme con esa sensación de tener tierra en el cuerpo. Sin preocuparme por nada más, me metí al baño y me quedé bajo la regadera disfrutando del agua tibia y viendo a través de la ventana cómo afuera caían gotas frías. Me asombré cuando vi que Bruno y Olivia estaban en el jardín, mas al ver detenidamente noté que la reja estaba cerrada aún; en ese momento pensé que se trataría del reflejo del farol que justo en el instante cuando detuve mi vista en él, se apagó, dejándome con la inquietud que da la certeza de saber que no hay focos de repuesto en la bodega y que no podría comprar uno hasta el día siguiente. No le di importancia, así como tampoco a los ojos cánidos que me pareció ver poco antes.

Al terminar de bañarme me vestí con mi pijama, ya no esperaba visitas nocturnas ni lluviosas, así que podría sentarme, recostarme y acostarme a leer hasta haberme devorado el escrito de ese tal Suli. No bien había terminado el desesperante prólogo cuando escuché un quejido ahogado en el jardín, no le dí importancia y al reanudar mi lectura escuché un quejido más proveniente del mismo sitio. Fue tan extraño que me inquietó, permanecí quiero unos instantes al borde de mi cama hasta que decidí ignorarlo una vez mas. Continué mi lectura pero no pude involucrarme en la trama, alguna preocupación me estaba agobiando sin poder descubrir a qué era debido. Cerré el libro, bajé a la cocina a dejar mi taza y a prepararme un tenteenpié. En cuanto abrí el refrigerador, como genio liberado, el silencio se apoderó de todo; ni mi voz pude escuchar, pero sé que grité como desesperado. Cerré mis ojos fuertemente, al abrirlos todo estaba en calma; la cocina en silencio, pero el ronroneo del motor del refrigerador estaba ahí, al igual que el chapotear de la lluvia en los charcos y la libera sinfonía de los árboles.

Me serví leche, necesitaba calmarme para poder conciliar el sueño. Subí nuevamente, sin saber que justamente a la mitad de mi escalar por las escaleras mi cordura pendería de un hilo... y así fue, súbitamente mis piernas dejaron de responder y el silencio profundo se adueñó nuevamente de mis alrededores; lo único que pude escuchar fueron palabras que entonces no pude comprender, una voz más antigua que el tiempo, gruesa como ninguna, amenazante y sin embargo calmada. La escuché como susurros justo detrás de mi, fue como si todo el mar fuera uno, como si quisiera demostrar su profundidad y magnitud. Al terminar su rezo primigenio que más bien parecía un cántico olvidado por las voces humanas, recuperé mi movilidad, pero no pude escuchar ni mi agitada respiración. Giré rápidamente para ver quién estaba ahí, no divisé nada ni a nadie, pregunté -quién está ahí?, qué quieres de mi?- pero muy dentro de mi esperaba no obtener respuesta a mis preguntas. Qué desgracia fue escuchar detrás de mi nuevamente los cánticos, esa voz, buscándome, siguiéndome, esperándome.

Giré nuevamente ¡pero no había nadie! ¡nadie! y sin embargo seguía detrás de mi hasta que estuvo en todas partes, el silencio se volvió más callado que el vacío para no darme pistas de la dirección desde donde aquel antiguo visitante me llamaba. Escuché mi nombre hablado por esa voz, como si estuviera a mi lado, fue entonces que súbitamente se rompió el silencio, incluso pude escuchar cómo reventó en mil sonidos mínimos, oí cómo el silencio cayó al suelo y cesó de existir. Un momento de pánico se apoderó de mi, subí corriendo intentando gritar sin conseguirlo. Tomé el teléfono, pero sólo pude escuchar el cántico antiguo interpretado por una voz diferente, o tal vez por voces diferentes puesto que era como si siete niños o tal vez niñas o posiblemente cuatro y tres, hubieran sustituido al tono de marcado. Aventé el aparato, me recargué en la pared y fue como si no fuera sólida, o tal vez sí, era gelatinosa, cálida, inestable.

Quise buscar el apagador de luz, pero sólo conseguí que mi mano atravesara la barrera viscosa, adherente, succionante; sentí cómo me sumergía en un abismo donde el tiempo es nada y la distancia es todo. En ese instante me desvanecí, sentí cómo mi visión se nubló y lentamente caí al suelo de sentón con mi espalda recargada en la pared. Quisiera no recordar lo que viví mientras estuve inconsciente, pero el recuerdo me seguirá hasta el último minuto ¡Oh dios, si tan solo pudiera olvidarlo! Vi a través de Sus Ojos, escuché Sus Pensamientos y sentí Su Deseo Ardiente, recordé al mundo que hace tantos milenios le redujo a un mito y luego al olvido. Era Calma Refulgiente, era Dinastía Olvidada, era la Búsqueda Eterna, era Vida Eterna, era Vana Muerte, era Todo y era Nada. Pero ahora que lo he visto, mejor dicho, ahora que lo he sentido y que lo conozco, nada podrá traerme la paz que tiene la ignorancia, la calma de la ingenuidad, la tranquilidad de saberlo olvidado.

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