Echo de menos el llegar y oir tu voz
Regresar ya no es lo mismo desde el año pasado. Es extraño no escuchar sus historias de cuando llegaron los españoles que huyeron de Franco; de cómo empezó a trabajar un no-se-cuántos de abril cuando recién había cumplido 14 años o cuando fue gerente del banco e incluso el no escuchar su repentina, insistente y tal vez obstinada fe de último momento.
Es difícil resistir el impulso casi infantil que me hace desear botar mis maletas y dirigirme a su rincón donde escuchaba la tele o a su sillón donde descansaba para decirle -ya llegué, estoy muy bien- y escucharle decir -¡qué barbaro! cada día estás más alto, vas a ser muy grande. ¿Qué tal va la escuela? ¿Paseaste mucho? ¿ya saludaste a Elisa (que es el nombre del piano)?- y tantas otras preguntas que parecía elegir aleatoriamente de una lista predeterminada cada vez.
No podré olvidar aquella vez que me mandó llamar urgentemente porque había tenido una idea grandiosa que podría investigar:
por qué las cucarachas son tan difíciles de erradicar, tal vez tuvieran un "algo" que podría servir para hacer nuevas medicinas (y fue cuando me di cuenta que asimiló muy bien la idea de que estoy estudiando una carrera de ciencia). O cómo olvidar los extraños caprichos vespertinos como cambiar un foco que aún iluminaba sólo porque "ya no alumbra bien y hay que cambiarlo de lugar".
Después de que su amada se fuera, la vida se tornó gris y cada paso era tan pesado que el deseo de morir le motivó a prepararse para la muerte y anunciarla con mucho tiempo de anticipación, pero ese deseo no fue suficiente para derrumbarle pues las ganas de vivir siempre fueron fuertes (aunque no quisiera). Una madrugada una espada fulminante atravesó su cabeza; la mitad de su cuerpo quedó paralizada, perdió el habla y aún así se valió de una sola mano para dar instrucciones y mandar como si su voz fuera atronadora.
Yo no estuve ahí, pero pude despedirme puesto que fui invitado para acompañarle hasta la puerta y así lo hice hasta el último instante material. Luego salí para que la atravesara y al abrir los ojos en mi cama escuché el timbre del teléfono, no hubiera sido necesario contestar la llamada.
Espera donde estés pues tengo que vivir y cuando muera iré a charlar junto a ti.